Para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí. Colosenses 1:29.

Se cuenta la historia de un hombre que observaba una mariposa en la etapa de crisálida que luchaba por salir de su envoltorio natural, tratando de romper el huevo y extender sus delicadas alas y sus patas, para salir a la vida. Por momentos, el bello insecto se tomaba un descanso, y al rato continuaba en su intento. Conmovido por el esfuerzo de la mariposa, el hombre quiso “ayudarla”, y procedió a romper el cascarón a fin de facilitarle el trabajo. Resultado: la mariposa salió de su encierro más rápidamente de lo normal, pero su cuerpo estaba débil, las alas no estaban desarrolladas y las patitas no la sostenían. La mariposa pasó toda su corta vida arrastrándose por el suelo. Fue incapaz de volar.

“Lo que este hombre con toda su buena voluntad no entendía es que, al hacer un gran esfuerzo para atravesar el pequeño agujero, los jugos vitales de la mariposa se iban distribuyendo y extendiendo por las partes del cuerpo que requerían fortaleza para volar. Al pasar el agujero sin ese esfuerzo, las alas no recibieron la sustancia necesaria”.

Los que somos padres sabemos que, a fin de que nuestros hijos se desarrollen, se hagan fuertes y competentes para enfrentar la vida, debemos permitir que hagan su propio esfuerzo; deben resolver problemas por sí mismos, usar su inteligencia, su razonamiento, poner el corazón en lo que hacen, usar su voluntad. De lo contrario, si siempre estamos allí para resolver todos sus problemas, aun cuando esto nos parezca un acto de amor, estaremos criando seres débiles, inútiles e indefensos.

Dios, que creó la mente humana y la conoce al detalle, sabe que esto es así. Por eso, aun cuando la salvación es una obra realizada en la cruz de Jesucristo por nosotros, y por el Espíritu Santo en nosotros, requiere nuestra cooperación, nuestro esfuerzo. La fuerza con la cual vivimos la vida cristiana proviene de Dios, pero el acto personal, psicológico, del esfuerzo debe ser realizado por cada uno de nosotros, no por Dios. No es Dios quien se esfuerza por ti, sino que Dios mora en ti para llenarte de su poder, a fin de que tú te esfuerces.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie






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