Reflexiones para tí.

Felices los que sufren

Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Mateo 5:4.

¿No es acaso la búsqueda de la felicidad el instinto más fuerte del hombre? ¿No hacemos todo lo posible, en la sociedad U actual, para huir del dolor, del sufrimiento?

Por supuesto, esto es legítimo y loable: todos queremos ser felices y, hasta donde podamos, es bueno que luchemos por eso.

Sin embargo, por alguna razón que no podemos llegar a comprender del todo, de la cual solo tenemos algunos atisbos que nos ayudan a no perder la fe, observamos, tanto a través de la Biblia como de la experiencia histórica y presente, que parece formar parte del plan de Dios que en esta vida participemos del dolor. De otra manera, siendo que Dios es infinito en amor y en poder, él se la pasaría evitando que suframos.

Pero, además de su bondad infinita y su omnipotencia, Dios es infinitamente sabio. Nosotros no podemos siquiera aproximarnos a los bordes de su sabiduría infinita con nuestra limitada capacidad humana para pensar. Sin embargo, podemos confiar en esa Mente maestra bondadosa y descansar en que, si Dios permite que el dolor toque nuestra vida, algún propósito redentor, y que tiene como fin último nuestra felicidad presente y sobre todo eterna, está detrás de sus “sombrías providencias”, como diría la gran autora cristiana Elena de White.

En esta bienaventuranza, además de los efectos humanizadores del dolor durante nuestra existencia terrenal, hay una promesa implícita: algún día el dolor terminará. Habrá “consolación”. No estaremos para siempre bajo su dominio, porque un día no muy lejano, según la promesa bíblica, Dios pondrá punto final a esta historia de pecado, maldad, dolor y muerte. Estamos destinados a un mundo mejor. Dios está dirigiendo la historia hacia aquel día glorioso en que Jesús vendrá a buscarnos y nos llevará al hogar celestial. Allí, como Juan vio en visión profètica: “Él [Dios] morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apoc. 21:3, 4).

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie






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