Reflexiones para tí.

Discriminación

Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Gálatas 3:28.

En la discriminación, hay dos elementos en común: ignorancia y egotismo. Quien discrimina tiene un universo mental muy estrecho, y se asusta ante lo desconocido. Discrimina, rechaza y condena aquello y a aquellos que no entiende. Por otra parte, cree que lo que es distinto de él, que piensa de manera diferente, se viste de manera distinta o pertenece a otra cultura (o subcultura) debe ser malo y nocivo. El, su forma de ser y de pensar, su raza, su religión, su cultura, se convierten en el parámetro mediante el cual debe medirse toda manifestación humana y cultural.

A los pies de la Cruz, se puede ver, por un lado, que todos estamos unidos por el mismo drama. Todos somos pecadores, todos estábamos perdidos, y por eso Jesús cargó, en la Cruz, “el pecado de todos nosotros” (Isa. 53:6). Ante la Cruz, todos los valores humanos que tanto nos dividen se hunden en la insignificancia: el color de la piel, los títulos académicos, el nivel socioeconómico, la capacidad intelectual, el acervo cultural, la belleza, el abolengo. Ante ella, nos encontramos desnudos con nuestra miseria moral, necesitados de su gracia y de su sacrificio, que expió nuestros pecados y nos da la oportunidad de la salvación.

Pero, por otra parte, la Cruz también nos revela el valor de todo ser humano: es por amor a cada uno de nosotros, ricos y pobres, patrones y empleados, hombres y mujeres, lindos y feos, cultos e ignorantes, que Jesús hizo el sacrificio infinito de dar su vida. Tanto valemos, todos, para él, que “por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio” (Heb. 12:2); el gozo de vernos redimidos.

¿Cómo miras hoy a tu prójimo? ¿Lo conoces lo suficiente para saber qué hay en su corazón detrás de su raza, su apariencia, sus ideas y su posición social? ¿Puedes ver en su corazón? ¿Conoces su historia personal, y sabes los dramas por los que ha pasado? Una cosa sí puedes saber: que es un hijo de Dios, por quien el mismo Salvador que murió por ti dio su vida también por él, porque anhela verlo en el Reino de los cielos.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie






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