Reflexiones para tí.

El mendigo lisiado

Junto a la puerta llamada Hermosa había un hombre lisiado de nacimiento, al que todos los días dejaban allí para que pidiera limosna a los que entraban en el templo. Hechos 3:2.

El mendigo se despertó (como siempre), para que alguien pasara por él (como todos los días), y lo dejara en la puerta del Templo (como de costumbre), a fin de que pidiera limosnas. La misma rutina diaria. La misma historia de siempre. Mano extendida, ojos perdidos, discurso repetido…

Cuando vio a Pedro y a Juan, extendió su mano mecánicamente, para recibir la limosna, que agradecería sin sentirlo. No sabía quiénes eran, apenas los percibió como posibles donantes. También nosotros, delante de Dios, extendemos nuestra mano pidiendo una limosna espiritual, cuando él quiere darnos abundantes lluvias de bendiciones. La distancia entre nuestro pedido y la capacidad, la voluntad y el poder de entrega de Dios es un universo; un universo que solo conseguimos atravesar por la fe.

El relato deja en claro que el mendigo pidió las limosnas sin siquiera mirarlos; seguramente buscando al próximo donante. Se parece a la oración de algunos de nosotros, que repetimos automáticamente, pensando en otra cosa, mirando el próximo compromiso de la agenda.

Por eso, lo primero que hace Pedro es pedirle su atención. Dios tiene poder para sanar con la sombra, con la palabra dicha a distancia, con el pensamiento; pero cuando tú le pides algo, él quiere –para comenzar la conversación– tu atención. “¡Mírame!”, es el pedido divino que se repite a lo largo de la historia.

El mendigo dejó de buscar a un nuevo donante. La voz de Pedro lo hizo detener su rutina impersonal y observar lo que imaginó como un donante generoso, que no quería que su limosna pasara inadvertida. Imagino la sonrisa del mendigo; el brillo de sus ojos; la esperanza de muchas monedas tocando su mano, que continuaba extendida.

Cuando damos tiempo a Dios para que nos hable, sus palabras nos regalan esperanza. Los colores que nos rodean se hacen más brillantes. Nuestros anhelos más profundos comienzan a latir más fuerte en nuestro corazón. Pero lo que él tiene, siempre, es mucho mejor que lo que nosotros podemos siquiera imaginar.

El mendigo que esperaba monedas en su mano derecha, sintió una mano que lo tomaba y lo tiraba hacia arriba, hacia la salud restaurada, hacia la vida plena.

Deja tu mano extendida, para recibir el milagro de hoy.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor






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